El sueño de Boissier
Muy
pocas imágenes se pueden encontrar de Pierre Edmond Boissier, el botánico suizo
que añadió su nombre al del Abies Pinsapo, este admirable y bello abeto que
crece en las escarpadas sierras de la Serranía de Ronda. Esos retratos, uno a
la temprana edad de doce años y dos al borde de la ancianidad, confirman su
fama de hombre jovial, abierto y simpático que viajó por los intrincados
caminos de aquella época en los que eran una amenaza los carlistas y los
bandoleros, vestido al uso de los lugareños con su sombrero en la cabeza y la
escopeta a la espalda y sus eternos compañeros de viaje, los papeles para
fabricar su herbario. Nada en su rostro hace pensar en un hombre aventurero y
audaz, capaz de ir con un paisano de
Vélez a través de las sierras buscando el increíble tesoro de una piña, la piña
de un pinsapo, con Antonio que tenía pánico a caminar por ellas, aunque mataba
al miedo cantando coplillas. Pero no fue en su compañía cuando Boissier vivió
su auténtica aventura, ni cuando viajó a Gibraltar, aquel oasis de civilización
para él, por los Valles del Genal y el Guadiaro, ni siquiera cuando creyeron
que era un espía, un contrabandista o le confundieron con un paisano que había emigrado a América. No,
lo que nunca se contó ocurrió en el pinsapar de Yunquera.
Un
anciano del lugar decía haber oído esta historia de su abuelo y éste a su vez
del suyo, así en una cadena de relatos en torno a un suizo muy raro acompañado
de dos personajes de su misma calaña, uno de ellos un borracho ya viejo
(Haenseler) y otro joven también loco (Prolongo) que llegaron buscando un
tesoro en la sierra procedentes de la
capital. ¡Un tesoro! Contaban que en las noches que pasaron en la Sierra,
decían que por el mes de octubre, el suizo
se sintió indispuesto, tenía fiebre y tuvo unos sueños que el anciano achacaba a la cercanía del
cementerio de los monjes del Convento del Santo Desierto de las Nieves, las
benditas ánimas. Boissier soñó con una mujer que decía llamarse Lucile, como su
madre cuya muerte retrasó su viaje a España en 1836, a la que veía vestida de
novia en una boda en la que el novio era él, al momento la veía muerta,
enterrándola debajo de uno de los pinsapos más viejos, de ramas retorcidas, de
siluetas tenebrosas guardando el secreto de las oscuras cañadas donde nunca da
el sol.
Un científico no podía dar crédito a aquellas
alucinaciones, pero Boissier se casó en 1840 con Lucile Butini, que murió en
Granada en 1849, víctima del cólera que contrajo en el Norte de África, aunque
en aquel mismo lugar recolectó las piñas que llevó a Valeyres
(Suiza), dando a conocer su hallazgo a la comunidad científica.
Antonia
Toscano López