sábado, 5 de mayo de 2012

Álvaro García

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El poeta malagueño Álvaro García gana el Loewe de poesía



viernes, 4 de mayo de 2012





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Katherine Mansfield, la diosa de los diarios con Thais Morales.
Todo está relacionado. El hilo de Ariadna de las D&F nos lleva hoy a hablar de Katherine Mansfield, una escritora de Nueva Zelanda que murió cerca de París, en el instituto Gurdjieff de Fointainebleau, ¿recordáis este nombre? Gurdjieff fue el maestro espiritual de una vieja conocida de esta sección, Margaret Anderson, la fundadora de The Little Review. Segunda conexión con nuestras D&F de este hilo caprichoso e infinito de Ariadna: Mansfield murió de tuberculosis, enfermedad a la que dedicó parte de su vida Alberta Lucille Hart, del que hablamos también hace unas semanas por ser el primer transexual de mujer a hombre de Estados Unidos.
Katherine Mansfield es la escritora más famosa de Nueva Zelanda. En realidad se llamaba Kathleen Beauchamp y nació 1888, en Wellington, ciudad que abandonó para ir a estudiar a Londres, al Queen’s College, con sus hermanas. Allí conoció a la que sería su compañera inseparable durante toda su vida: la escritora Ida Baker. Para entender la relación que mantuvieron sirve apuntar, como detalle significativo, que el segundo nombre de Baker era Constance y que esta cualidad era uno de los rasgos de su carácter en su relación con Katherine. Ida fue, como su segundo nombre indica, constante como la confidente de Katherine, como su compañera, como su ama de llaves y como su enfermera. Y Katherine correspondió a esa fidelidad y a esa solidez llamándola ‘mi montaña’, ‘mi esclava’ o el más poético, ‘mi albatros’.
Además de Ida y antes de que su relación se consolidara del todo, Katherine vivió dos historias con sendas mujeres, que le llevarían a escribir su único relato explícitamente lésbico en 1907, ‘Leves amores’. Se trata de un cuento de una página que explica una cita entre dos mujeres que van a cenar y a la ópera. Y en el que lo que no se cuenta es lo más evidente.
La primera de sus amantes fue Maata Mahupuku, hija de una mujer occidental y del hermano del jefe aborigen, Tamahau Mahupuku, de los Wairarapa. Maata conoció a Mansfield en 1900 cuando las dos iban a la escuela de Miss Swainson en Nueva Zelanda. Es probable que su relación comenzara antes de que Mansfield viajara por primera vez a Londres, donde se reencontraron en 1906. Aunque en aquella época londinense Katherine ya estaba saliendo con Ida Baker, su idilio con Maata continuó cuando las dos regresaron a Wellington. En junio de 1907 escribió: “Quiero a Maata, la deseo desesperadamente. Es impuro, pero es real”.
La segunda relación de aquella época fue con Edith Bendall. Bendall era nueve años mayor que Katherine y fue la escritora quien se atrevió a dar el primer paso invitándola a quedarse en su casa una noche que sus padres no estaban. El 1 de junio de 1907, Mansfield escribió en su diario: “He pasado la noche en sus brazos y hoy la odio, algo que si lo analizo significa que la adoro; que no puedo estar en mi cama sin sentir la magia de su cuerpo. Siento de manera mucho más poderosa los impulsos sexuales estando con ella que con un hombre. Me esclaviza, me seduce, y a toda ella y a su cuerpo los adoro”.
Edith Bendall se casó con un maestro de escuela y murió a la longeva edad de 107 años, en 1986. Cuando falleció ya había olvidado su matrimonio, pero aún recordaba su relación con Katherine. Se sabe que guardó las cartas de la escritora durante casi toda su vida, aunque se desconoce dónde fueron a parar tras su desaparición.
En 1907 la relación de Katherine con su familia iba a cambiar. Fue el año que escribió el relato ‘Leves amores’. Tras redactarlo a mano, le pidió a la secretaria de su padre, Mattie Putnam, que lo pasara a máquina. Mattie, inquieta ante lo que acababa de leer, se lo mostró al señor Mansfield y es más que probable que aquella lectura inesperada desencadenara una tormenta de problemas que finalizó el día que Katherine abandonó Nueva Zelanda, en 1908, para no volver nunca jamás.
Se fue a Londres, con una asignación mensual de 100 libras, y en la capital conoció a D. H. Lawrence y a Virginia Woolf. Pero en Londres no todo iba a ser perfecto para la joven Mansfield. En aquellos años conoció a un chico llamado Garnet Trowell, del que se quedó embarazada. Aquel segundo escándalo después de la escritura de ‘Leves amires’, exigió la presencia de su madre, Annie, en Londres a principios de 1909. La señora Mansfield recogió a su hija y se la llevó a Bad Wörsihofen, un sanatorio de Baviera, para mantener el embarazo en secreto y, de paso, curar a su hija de su lesbianismo. Annie estaba al corriente de la relación de Katherine con Ida Baker y no le hacía muy feliz saber que su hija mantenía esa clase de relaciones. El primer ‘problema’ de Katherine, el embarazo, acabó pronto, ya que la escritora sufrió un aborto. El segundo, en cambio, perduró hasta el final de sus días.
Y eso que Katherine empezó en 1911 una relación con el editor John Middleton Murry, con el que acabó casándose en 1918 para formar un matrimonio complicado, por llamarlo de alguna manera, debido a la presencia constante de Ida Baker en la vida de la escritora.
En diciembre de 1917, enfermó de tuberculosis y comenzó a viajar por Europa en busca de una cura para su enfermedad. Finalmente eligió un balneario, el centro Gurdjieff, cerca de París para quedarse una temporada. Como suele ocurrir en estos casos de marcado aire romántico, el apogeo y la madurez creativa de Mansfield coincidió con el final de su corta vida. El 9 de enero de 1923, a los 34 años, Katherine Mansfield murió a causa de una hemorragia después de subir corriendo unas escaleras para demostrarle a  John Middleton, que había ido a visitarla, su recuperación.
Unos días antes había escrito en su Diario: “Quiero la tierra y sus maravillas: el mar, el sol. Quiero penetrar en él, ser parte de él, vivir en él, aprender de él, perder todo lo que es superficial y adquirido en mí, volverme un ser humano consciente y sincero. Al comprenderme a mí misma quiero comprender a los demás. Quiero realizar todo lo que soy capaz de hacer… trabajar con mis manos, mi corazón y mi cerebro. Quisiera tener un jardín, una casita, hierba, animales, libros, cuadros, música. Y sacar de todo esto lo que quiero escribir; expresar todas estas cosas… Quiero vivir la vida cálida, anhelante, viva, tener raíces en la vida, aprender, desear, saber, sentir, pensar, actuar, eso es lo que quiero, a donde debo tratar de llegar”.
Los Diarios de Mansfield son su gran obra. Los escribió sin pensar que iban a ser publicados, lo que les otorga la cualidad de la sinceridad absoluta e incondicional, de manera que leerlos es como leer el proceso de su mente: cómo creaba escenas, cómo utiliza hechos de la vida cotidiana para trabajarlos creativamente después. “Cuando escriba sobre el violín debo recordar ese modo de subir levemente y de hundirse lastimeramente; el modo cómo busca”, escribe en sus cuadernos. O, en otra entrada: “Lumbago. Es algo muy extraño. Tan inesperado, tan doloroso; debo recordarlo cuando escriba sobre un viejo. El gesto de levantarse, la pausa, la expresión enfurecida, y, cómo, por la noche, en la cama, uno tiene la impresión de quedar aherrojado”.
Katherine  fue una escritora nata. Ni siquiera cuando alcanzó cierta fama creyó haber logrado un mínimo grado de perfección narrativa. “Sólo estoy rozando la superficie, estoy en la superficie”, decía una y otra vez en sus diarios, en los que la actitud hacia su obra es sana, austera, humorística. Huye de la vanidad, de los celos literarios y, aunque en los últimos años de su vida supiera que era una autora de éxito, no hay ni una sola alusión al respecto.
Para acabar anotaré dos las opiniones de dos diosas de la literatura: Virginia Woolf y de la escritora brasileña, Clarice Lispector.
“Katherine Mansfield”, decía la Woolf, “ha producido la única literatura que me ha hecho sentir celos.  Sus escritos son el espectáculo de una mente privilegiada”.
Clarice Lispector, dijo de ella: “A los 15 años entré en una librería y uno de los libros que abrí contenía frases tan diferentes que me quedé leyendo, atrapada, allí mismo. Emocionada, pensé: “Pero si este libro soy yo”.  Sólo después me enteré de que Katherine Mansfield está entre los mejores escritores de su época”.
Sobre la escritora
Ihimaera, Witi. ‘Dear Miss Mansfield: A Tribute to Kathleen Mansfield Beauchamp’. Viking Press. En esta obra se incluye la novela ‘Maat’, donde el autor recrea la historia de amor entre Mansfield y Maata.
Obras de Katherine Mansfield
‘Cuentos completos’. Alba editorial
‘Diario’. Ediciones B / Bolsillo
‘En un balneario alemán’. Alba editorial
Música
Lana del Rey

martes, 1 de mayo de 2012

Material de Lectura

Katherine Mansfield


Katherine Mansfield / DIARIO





1914

1º de abril. Pasé otro día espantoso. Nada me ayuda o podría ayudarme salvo una persona que pudiera adivinar. Fui a dar un paseo y tuvo cierta vaga alegría que me dieron unos niños y el ruido del agua como olas que se elevan.


1915

1º de enero. […] Para este año tengo dos deseos: escribir, ganar dinero. Consideremos. Con dinero podríamos marcharnos como queremos, tener una casa en Londres, ser libres como lo deseamos, y ser independientes y orgullosos con todos. Es sólo la pobreza la que nos mantiene unidos. […]


1916

22 de enero. [Villa Pauline, Bandol.] Ahora, realmente, ¿qué es lo que de verdad quiero escribir? Me lo pregunto. ¿Soy menos escritora que antes? ¿Es menos urgente la necesidad de escribir? ¿Aún me parece tan natural buscar esa forma de expresión? ¿La ha satisfecho el habla? ¿Pido algo más que relatar, recordar, asegurarme?

Hay veces en que estos pensamientos casi me asustan y casi me convencen. Me digo. Estás ahora tan realizada en tu propio ser, en estar viva, en vivir, en aspirar a un sentido mayor de la vida y un amor más profundo, que lo otro ha desaparecido de ti.

Pero no, en el fondo no estoy convencida, porque en el fondo nunca mi deseo fue tan ardiente. Sólo la forma que elegiría ha cambiado marcadamente. Ya no me siento intensada en el mismo aspecto de las cosas. La gente que vivió o a quien deseé introducir en mis historias ya no me interesan. Los argumentos de mis historias me dejan absolutamente fría. Aceptado que esa gente exista, y que todas las diferencias, complejidades y resoluciones sean verdaderas para ellos, ¿por qué debería yo escribir sobre ellos? No están cerca de mí. Todas las falsas cuerdas que me unen a ellos están cortadas del todo.

Ahora… ahora quiero escribir recuerdos de mi propio país. Sí, deseo escribir sobre mi propio país hasta que simplemente agote mis recuerdos. No sólo porque se trate de una “deuda sagrada” que le pague a mi país porque mi hermano y yo nacimos allá, sino también porque en mis pensamientos recorro con él todos los lugares recordados. Nunca me aparto de ellos. Deseo renovarlos por escrito.

Ah, la gente… la gente que amamos allá… de ellos, también, deseo escribir. Otra “deuda de amor”. Oh, quiero que por un momento nuestro país no descubierto salte ante los ojos del Viejo Mundo. Debe ser misterioso, como si flotara. Debe quitar el aliento. Debe ser “una de esas islas…” Lo diré todo, incluso el asunto de la canasta de la ropa. Pero todo debe ser contado con un sentido del misterio, con brillo, con un resplandor crepuscular, porque tú, mi pequeño sol de ese mundo, te has puesto. Te has caído por el enceguecedor borde del mundo. Ahora yo debo hacer mi parte.

Luego quiero escribir poesía. Siempre me siento temblando al borde de la poesía. El almendro, los pájaros, el bosquecito donde estás tú, las flores que no ves, la ventana abierta por la que me asomo y sueño que te reclinas contra mi hombro, y las veces que tu fotografía “parece triste”. Pero principalmente quiero escribir una especie de elegía a ti… tal vez no es poesía. Tal vez tampoco en prosa. Casi con seguridad en una especie deprosa especial.

Y, por último, deseo llevar una especie de libro de pequeñas notas, que se publique algún día. Eso es todo. Nada de novelas, nada de historias con problemas, nada que no sea simple, abierto.


1920

19 de diciembre.
Sufrimiento
Deseo que se acepte esto como mi confesión.

No hay límite para el sufrimiento humano. Cuando uno piensa:”Ahora he tocado el fondo del mar… ya no puedo ir más abajo”, uno se hunde más Y así es para siempre. El año pasado en Italia pensé: La mínima sombra más y sería la muerte. ¡Pero este año ha sido tanto más terrible que pienso en la Casetta con afecto! El sufrimiento es infinito, es la eternidad. Un remordimiento es el tormento eterno. El sufrimiento físico es… juego de niños ¡Tener el pecho aplastado por una gran piedra… uno podría reírse!

No quiero morir sin dejar asentada mi convicción de que el sufrimiento pueda superarse. Porque de verdad lo creo. ¿Qué se debe hacer? No tiene sentido lo que se denomina “ir más allá del dolor”. Eso es falso.

Uno debe rendirse. No resistirse. Aceptarlo. Dejarse abrumar. Aceptarlo por completo. Convertirlo en parte de la vida.

Todo lo que realmente aceptamos de la vida sufre un cambio. Así, el sufrimiento debe convertirse en Amor. Este es el misterio. Eso es lo que debo hacer. Debo pasar del amor personal al amor más grande. Debo darle a la totalidad de la vida lo que le di a uno. La presente agonía pasará… si no mata. No durará. Ahora soy como un hombre a quien le han arrancado el corazón… pero… ¡hay que soportarlo… hay que soportarlo! Tanto en el mundo físico como en el espiritual, el dolor no dura para siempre. Sólo que es tan agudo ahora. Es como si hubiera ocurrido un espantoso accidente. Si puedo dejar de revivir toda la conmoción y el horror del dolor, si ceso de recordarlo, me pondré más fuerte.

Aquí, por una extraña razón, surge la figura del doctor Sorapure. El era un buen hombre. Me ayudaba no sólo a soportar el dolor, sino que sugería que quizá la enfermedad física sea necesaria, sea un proceso reparador, y siempre me decía que consideraba cómo el hombre solo desempeñaba sólo una parte en la historia del mundo. Mi dolor simple y amable era puro de corazón, como Chéjov. Pero para estas enfermedades uno es el propio médico. Si el “sufrimiento” no es un proceso reparador, yo lo convertiré en tal. Aprenderé la lección que enseña. Estas no son palabras vanas. Estos no son los consuelos del enfermo.

La vida es un misterio. El dolor que atemoriza se atenuará. Debo dedicarme a mi trabajo. Debo poner mi agonía en algo, cambiarla. “La pena se convertirá en alegría”.

Es perderse de manera más total, amar más profundamente, sentirse parte de la vida, no separado.

¡Oh, Vida! Acéptame… hazme digna… enséñame.

Escribo eso. Levanto la vista. Las hojas se mueven en el jardín, el cielo está pálido, y me sorprendo a mí misma llorando. Es duro… es duro hacer una buena muerte…

Vivir… vivir… eso es todo. Y dejar la vida sobre esta tierra como la dejaron Chéjov y Tolstoi.

Después de una terrible operación, recuerdo que cuando pensaba en el dolor de estar toda tendida, me ponía a llorar. Cada vez volvía a sentirlo, y era insoportable.

Eso es lo que se debe controlar. ¡Extraño! Las dos personas que quedan son Chéjov, muerto, y el indiferente doctor Sorapure. Esos son los dos hombres buenos que he conocido.


1922

16 de enero. […] Hoy estoy en un cenagal de desaliento, y como todos los que están así, estoy fea, me siento fea. Es el triunfo de la materia sobre el espíritu. Esto no debe ser. Mañana, a toda costa (aquí lo juro) escribiré un cuento. Esta es mi primera resolución… en este diario. No me atrevo a deshacerla.


Octubre. Importante. Cuando podemos empezar a no tomarnos en serio nuestros fracasos, significa que estamos dejando de tenerles miedo. Es de suma importancia aprender a reírnos de nosotros mismos.


© Jess-Judge© Jess-Judge




De Diario.
Traducción: Antonio Bonanno. Centro Editor de América Latina,
Buenos Aires 1978.


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