lunes, 30 de abril de 2012

Meira Delmar


La tarde
Te contaré la tarde, amigo mío.
La tarde de campanas y violetas
que suben lentamente a su pequeño
firmamento de aroma.
La tarde en que no estás.
El tiempo, detenido, se desborda
como un dorado río.
Y deja ver en su lejano fondo
no sé que cosas olvidadas.
El día vuelve aun en una ráfaga
de sol,
y fija mariposas de oro
en el cristal de aire...
Hay una flauta en el silencio, una
melancólica boca enamorada,
y en la torre teñida de crepúsculo
repiten su blancura las palomas.
La tarde en que no estás... la tarde
en que te quiero.
Alguien que no conozco,
abre secretamente los jazmines
y cierra una a una las palabras.

Día del libro.


Día del libro. 23 de abril de 2012.
El legado de la memoria.
Tengo que escribir y describir las emociones que siento, para que algún día la memoria las pueda reconocer una y otra vez.
Si al pasar por esa calle estrecha y empedrada, secreta en sus recodos llenos de asombro y de misterio, a un lado el muro fragmentando en numerosas ventanas pintadas del color del vino tinto añejo y al otro lado el muro blanco, escultórico, rematado con un pequeño alero de teja morisca y solo un pequeño hueco recortado en la cal, un umbral muy alto y una desvencijada puerta de madera. Si abro los brazos, las palmas de mis manos pueden extenderse sobre los fríos paramentos de una tarde de abril.
La emoción tiene su origen en la contemplación de cuatro rectángulos de luz sobre el muro blanco bajo la mortecina claridad violácea del crepúsculo, cuatro recuadros de luz proyectados desde una ventana pequeña del largo muro lleno de ventanas oscuras.
En algún momento de la Historia, un hombre inventó unos signos y enseñó a otros el arte de interpretarlos, para poder dejar su memoria como legado, un legado que no fuera tan efímero como una palabra sostenida en el viento.

                        Antonia Toscano López

Para Siempre

http://lacamaradeescribir.files.wordpress.com/2012/04/nl_sj.jpg?w=627&h=627
PARA SIEMPRE
Cuántas veces te marchaste para siempre… Al cabo de una horas volvías como si las palabras volcadas sobre el aire dejaran de existir después de pronunciadas, cuando la puerta se cerraba llevándose en el giro de sus bisagras la luz del blanco pasillo.
—El día que yo tenga que pedirte que te vayas, si que será para siempre.
A veces me envías una rosa roja entre helechos, paniculata, o gysophila blanca y yo la siento como una carga onerosa sobre mis espaldas porque sé que en realidad me pides a cambio la luna.

El espantapájaros

El espantapájaros
XIX octava de Miguel Hernandez

Centenario Miguel Hernandez

Centenario Miguel Hernandez
para la libertad...