viernes, 22 de junio de 2012











Noemí López

MOSCAS Y MÁS MOSCAS
Por fin se quedaron quietas. Las moscas, abrazadas en una frenética cópula, aterrizaron tras un par de minutos de insoportables bisbiseos y zumbidos lujuriosos. Cegados por esa suerte de amor primitivo, no midieron bien las distancias.
-Se acabó Antonio. Adiós Matilde – dijo el anciano justo antes de lanzar un mortífero ataque con su matamoscas.
Sonrió amargamente tras apartar los cadáveres con un soplido. Se recolocó la manta sobre las rodillas y esperó, como venía haciendo desde que lo internaran en la residencia.
Algún día vendría el Gran Matamoscas a por él. Y para su desgracia no le encontraría precisamente copulando.

Texto: Alex Nogués Otero

TAN SOLO QUIERO…
Llevo una eternidad lavando con las lágrimas
el polvo del olvido que se expandió en mí ser.
Han arrastrado ya por la horilla mis sandalias
la sombra turbia de mi amor, hasta desvanecer…
Y yo…yo sólo quiero recordar lustrosos hilos
que me cosían sin agujas al levantar el sol,
y las pinceladas tiernas de un arco iris
pintando de colores mi corazón…
Quiero bailar bajo la lluvia
de charco en charco empapado de felicidad.
Quiero dejar volar a mis gritos húmedos
tras los truenos, tras la vanidad…
Quiero poder caer en un abrazo
ya sin la fuerza ni aliento de tanto correr
y que me giren con un firme paso
a desmayar del ebrio placer.
Quiero sentir que nada siento,
tan sólo un toque de este momento fiel,
deleitando por mi rostro su aliento,
secando lágrimas que se esconden bajo mi piel…

Texto: Xénia Tym

MENTIRAS PIADOSAS
Cada domingo por la mañana, desde hacía ya cuatro años, se montaba en el automóvil después de desayunar. Fueron varias residencias diferentes, siempre intentando acortar la distancia que le separaba de su anciana madre. Aquella mujer fuerte de mirada inteligente y apariencia frágil, que había recorrido infinidad de caminos y había trabajado desde que era una niña para salir adelante, se pasaba las horas del día atrapada en una silla de ruedas, como tantos ancianos allí. La imagen no cambiaba, parecía un fondo de pantalla: ancianos en sillas de ruedas o sujetos a un sillón con una especie de cinturón ancho, mujeres que andaban cogidas del brazo con la mirada y la cabeza perdidas , un hombre que nadaba en el patio sin mar y el que cantaba flamenco y le contaba los dedos de los pies, tocándole las uñas lacadas de rosa fucsia. Siempre esa desazón: Se veía allí , si es que había sobrevivido a los accidentes de la vida, oyendo todas las mentiras piadosas del mundo.

Texto: Antonia Toscano López

El espantapájaros

El espantapájaros
XIX octava de Miguel Hernandez

Centenario Miguel Hernandez

Centenario Miguel Hernandez
para la libertad...