miércoles, 14 de abril de 2010

Carta a Josefina Manresa

"Carta", de Miguel Hernández


El palomar de las cartas

abre su imposible vuelo

desde las trémulas mesas

donde se apoya el recuerdo,

la gravedad de la ausencia,

el corazón, el silencio.



Oigo un latido de cartas

navegando hacia su centro.



Donde voy, con las mujeres

y con los hombre me encuentro,

malheridos por la ausencia,

desgastados por el tiempo.



Cartas, relaciones, cartas:

tarjetas postales, sueños,

fragmentos de la ternura

proyectados en el cielo,

lanzados de sangre a sangre

y de deseo a deseo.



Aunque bajo la tierra

mi amante cuerpo esté,

escríbeme a la tierra,

que yo te escribiré.



En un rincón enmudecen

cartas viejas, sobres viejos,

con el color de la edad

sobre la escritura puesto.

Allí perecen las cartas

llenas de estremecimientos.

Allí agoniza la tinta

y desfallecen los pliegos,

y el papel se agujerea

como un breve cementerio

de las pasiones de antes,

de los amores de luego.



Aunque bajo la tierra

mi amante cuerpo esté,

escríbeme a la tierra,

que yo te escribiré.



Cuando te voy a escribir

se emocionan los tinteros:

los negros tinteros fríos

se ponen rojos y trémulos,

y un claro calor humano

sube desde el fondo negro.

Cuando te voy a escribir,

te van a escribir mis huesos:

te escribo con la imborrable

tinta de mi sufrimiento.



Allá va mi carta cálida,

paloma forjada al fuego,

con las dos alas plegadas

y la dirección en medio.

Ave que solo persigue,

para nido aire y cielo,

carne, manos, ojos tuyos

y el espacio de tu aliento.

Y te quedarás desnuda

dentro de tus sentimientos,

sin ropa, para sentirla

del todo contra tu pecho.



Aunque bajo la tierra

mi amante cuerpo esté,

escríbeme a la tierra,

que yo te escribiré.



Ayer se quedó una carta

abandonada y sin dueño,

volando sobre los ojos

de alguien que perdió su cuerpo.

Cartas que se quedan vivas

hablando para los muertos:

papel anhelando, humano,

sin ojos que puedan verlo.



Mientras los colmillos crecen,

cada vez más cerca siento

la leve voz de tu carta

igual que un clamor inmenso.

La recibiré dormido,

si no es posible despierto.

Y mis heridas serán,

los derramados tinteros,

las bocas estremecidas

de rememorar tus besos,

y con su inaudita voz

han de repetir: te quiero.



Miguel Hernández en El hombre acecha. Edición de Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia para Cupsa Editorial, 1978.

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