viernes, 16 de abril de 2010

Centenario José Lezama Lima






SOBRE UN GRABADO DE ALQUIMIA CHINA




Debajo de la mesa



se ven como tres puertas

de pequeños hornos,

donde se ven piedras y varas ardiendo,

por donde asoma el enano

que masca semillas para el sueño.

Encima de la mesa

se ven tres cojines grises y azules,

en dos de ellos hay como figuras geométricas

hechas con huevos irrompibles.

Al lado un jarrón sin ornamento.

Pedazos de leña por el suelo.

Un hombre curvado con una balanza

pesa una cesta de almendras.

La varilla de ébano

alcanza de inmediato el fiel.

El hombre que vende

teme a los tres pequeños hornos

que se esconden debajo de la mesa.

Por allí deben salir

las figuras esperadas

que vendrán cuando el pesador

logre el centro de la canasta.

A su derecha el hombre que contempla

absorto al pesador,

juega con unos pájaros.





LOS FRAGMENTOS DE LA NOCHE



Cómo aislar los fragmentos de la noche

para apretar algo con las manos,

como la liebre penetra en su oscuridad

separando dos estrellas

apoyadas en el brillo de la yerba húmeda.

La noche respira en una intocable humedad,

no en el centro de la esfera que vuela,

y todo lo va uniendo, esquinas o fragmentos,

hasta formar el irrompible tejido de la noche,

sutil y completo como los dedos unidos

que apenas dejan pasar el agua,

como un cestillo mágico

que nada vacío dentro del río.

Yo quería separar mis manos de la noche,

pero se oía una gran sonoridad que no se oía,

como si todo mi cuerpo cayera sobre una serafina

silenciosa en la esquina del templo.

La noche era un reloj no para el tiempo

sino para la luz,

era un pulpo que era una piedra,

era una tela como una pizarra llena de ojos.

Yo quería rescatar la noche

aislando sus fragmentos,

que nada sabían de un cuerpo,

de una tuba de órgano

sino la sustancia que vuela

desconociendo los pestañeos de la luz.

Quería rescatar la respiración

y se alzaba en su soledad y esplendor,

hasta formar el neuma universal

anterior a la aparición del hombre.

La suma respirante

que forma los grandes continentes

de la aurora que sonríe

con zancos infantiles.

Yo quería rescatar los fragmentos de la noche

y formaba una sustancia universal,

comencé entonces a sumergir

los dedos y los ojos en la noche,

le soltaba todas las amarras a la barcaza.

Era un combate sin término,

entre lo que yo le quería quitar a la noche

y lo que la noche me regalaba.

El sueño, con contornos de diamante,

detenía a la liebre

con orejas de trébol.

Momentáneamente tuve que abandonar la casa

para darle paso a la noche.

Qué brusquedad rompió esa continuidad,

entre la noche trazando el techo,

sosteniéndolo como entre dos nubes

que flotaban en la oscuridad sumergida.

En el comienzo que no anota los nombres,

la llegada de lo diferenciado con campanillas

de acero, con ojos

para la profundidad de las aguas

donde la noche reposaba.

Como en un incendio,

yo quería sacar los recuerdos de la noche,

el tintineo hacia dentro del golpe mate,

como cuando con la palma de la mano

golpeamos la masa de pan.

El sueño volvió a detener a la liebre

que arañaba mis brazos

con palillos de aguarrás.

Riéndose, repartía por mi rostro grandes cicatrices.









La poesía según José Lezama Lima



En una ocasión dije que la poesía era un caracol nocturno en un rectángulo de agua, pero desde luego, se le ve la raíz irónica a esa no definición, es decir, un caracol nocturno no se diferencia gran cosa de uno diurno y un rectángulo de agua es algo tan ilusorio como una aporía eleática, pero antes que todo, no para definir la poesía que no lo necesita, sino para acercársela, como yo he hecho en varias ocasiones, hay que hablar de la poesía, del poeta y del poema. La poesía actuando en la historia ni siquiera necesita nombrar su ejecutor, un poeta. El poema es un cuerpo resistente frente al tiempo y el poeta es el guardián de la semilla, de la posibilidad, del potens. Eso lo sacraliza, es el hombre que cuida un germen, nada menos que la semilla del potens, de la infinita posibilidad. Todos mis ensayos sobre poesía le dan la vuelta a estos temas y ellos como planetas le siguen dando vueltas a la poesía.



Me ha preocupado siempre, aunque más que una preocupación ha sido siempre un incesante tironeo de mi espíritu, no volver en ningún libro de poesía sobre lo que yo creía que había alcanzado en mi anterior, pues me molestaría que el lector fuese dueño de una sola corbata gris. Creo que hay una parábola en lo que yo he hecho, pues desgraciadamente no podemos ser infinitamente novedosos y sucesivos, pero sí desconcertar un poco al lector. En realidad las mejores lecturas son las que se hacen con infinitas interpolaciones. Ni que el autor pueda precisar dibujar a su presunto lector, ni que el lector fije sus lecturas y sus autores, es lo ideal.

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