viernes, 16 de abril de 2010

Gonzalo Torrente Ballester


Uno no es nada. Uno no es más que lo que acerca de uno creen los demás.


Don Juan


Gonzalo Torrente Ballester tuvo una intensa relación con el séptimo arte, no sólo como espectador, sino también en la realización de un pequeño número de películas. Además, se han llevado algunas de sus obras a la pantalla: para el cine, El rey pasmado (Imanol Uribe, 1991) y para la televisión Los gozos y las sombras (1982), con producción de Jesús Navascués para TVE y dirección de Rafael Moreno Alba.

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Gonzalo Torrente Ballester
Los gozos y las sombras




La producción de Los gozos y las sombras para TVE fue resultado de varios factores: el empeño de su productor ejecutivo, Jesús Navascués, la participación de Televisión Española y el interés del propio GTB. Tras tres años de proyecto, siete meses de rodaje y nueve de montaje, el 25 de marzo de 1982 se emitió el primer capítulo de la serie.

Trasladar a la televisión el contenido de 1.500 páginas de la trilogía supuso grandes problemas técnicos a la hora de elaborar el guión. Según GTB habrían necesitado treinta capítulos para que a la adaptación no le faltase ni le sobrase nada, pero TVE no pagaba más 13. GTB, desde su puesto de supervisor general de la serie, tenía la última palabra en todo, y varias veces hubo de imponer su criterio frente al director o los productores. Jesús Navascués se encargó de la adaptación del guión, que en su mayor parte es casi una transcripción letra a letra de la novela, pues era “muy cinematográfica”.

En el reparto había profesionales ya consagrados –Amparo Rivelles (doña Mariana), Carlos Larrañaga (Cayetano Salgado)– o figuras emergentes –Eusebio Poncela (Carlos Deza) o Charo López (Clara Aldán)–, además de un rosario de grandísimos actores en otros papeles –Santiago Ramos, Rafael Alonso, José María Caffarell, Rosalía Dans, Manuel Galiana, Verónica Luján, Fernando Sánchez Polack…

Recientemente, RTVE ha reestrenado en su página web la adaptación de la trilogía de Gonzalo Torrente Ballester, emitida en 1982, después de que se erigiera ganadora en una encuesta entre los internautas.

La obra literaria de GTB, como la de tantos otros autores, hubo de ser sometida al criterio de la Censura oficial instaurada en plena guerra por el aparato franquista. Son muchos los expedientes de censura de la obra de Torrente que se conservan en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, y merecerían ser objeto de un estudio detallado. Para muestra, traemos a estas páginas un par de ejemplos significativos del camino que un escrito debía hacer para superar el lápiz rojo.




La legislación sobre Censura de la época franquista tiene su base directa en la ley de 29 de abril de 1938 por la que se rigieron, durante casi 30 años, todas las publicaciones. Era una ley pensada y promulgada en tiempos de guerra, y resulta significativo que no fuera sustituida hasta 1966, año en que se promulgó la conocida como “ley Fraga”. Estas dos normas marcan el antes y el después. El periodo regido por la ley de 1938 es un periodo oscuro, difícil, en el que escritores y editores sentían continuamente encima el aparato del Estado, que siempre tenía el lápiz rojo a punto, especialmente en la década de los cuarenta y primeros años cincuenta. Además, la censura era ejercida en su mayor parte por censores eclesiásticos –ya experimentados–, que debían responder a un cuestionario con estas preguntas:



- ¿Ataca al Dogma?

- ¿A la moral?

- ¿A la Iglesia y a sus ministros?

- ¿Al Régimen y a sus instituciones?

- ¿A las personas que colaboran o han colaborado con el Régimen?

- ¿Los pasajes censurables califican el contenido total de la obra?



Con el cambio de legislación en 1966, las actuaciones y dificultades puestas por Censura fueron disminuyendo hasta suavizarse mucho en los años finales del Régimen, aunque tal suavización no significó desaparición. La nueva ley eliminó la censura previa e instituyó la voluntaria.



Entre los expedientes de Censura relativos a la obra de GTB merece la pena destacar los dos que ahora presentamos. El primero referente a la novela Don Juan (Destino, 1963), y el segundo a La saga/fuga de J. B. (Destino, 1972).



Don Juan



Don Juan es una novela con una importante carga teológica. En el año 1963 la censura era principalmente ejercida por censores eclesiásticos, y éste fue el destino de la recreación del mito del burlador. El 30 de agosto de 1962 fue presentada (expediente 4699/1962) y definitivamente autorizada el 23 de octubre del mismo año, tras un rápido pero intenso periplo. Se conserva el expediente en el Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares (AGA 14119).





Una vez leída la novela, el censor emite un informe que encabeza con unas líneas dedicadas a su opinión “crítica” acerca del texto:



Novela de valores literarios, acentuándose en sus páginas a través de la lectura un alto tono intelectual que acusan indiscutiblemente los dones egregios del autor. Es una fantasía urdida sobre Don Juan y el donjuanismo, interpretados por el novelista con gracia y humor, y con frescura de alto ingenio, entreverándose una vena de innegable y preciosa cultura que ensambla con el constante humorismo. Este humorismo intelectual –evoquemos la virtud de la eutrapelia– , hace que el censor firmante salve muchos de los pasajes de la obra. Don Juan y Leporello aparecen en el bulevar Saint Germain de nuestros días, en la España de su época o en Italia. De aquí retorna a Sevilla para recalar una vez más en el París de ogaño. A través de 206 páginas con talento crítico se consagrará así el autor de este libro a analizar la personalidad de Don Juan, buceando en su sexualidad y en los estragos de su desconcertante psicología.



No parece mal informe y, desde luego, no está hecho por un ignorante: el censor es una persona de alta cultura y con formación teológica –es censor eclesiástico–, muy importante para esta novela. Sin embargo, a estas líneas le siguen un total de 18 recortes del censor, que suponían, si no un alto volumen de la novela, sí algunos pasajes importantísimos que, a juicio del autor, dejaban la novela destrozada. A la vista del informe, GTB escribió una carta al ministro exponiendo las razones por las que no compartía su dictamen y, posteriormente, rebatió cada uno de los pasajes tachados por el censor, para lo cual partía de los mismos presupuestos teológicos que el sacerdote. El ministro ordenó atender su petición y el caso fue revisado por el Director General de Información, que emitió su veredicto pasaje por pasaje.



Valgan como ejemplo de la enconada lucha entre autor y censor los dos pasajes que a continuación traemos, cada uno de ellos con la justificación del censor a la tachadura, seguido de la respuesta que le da GTB y de la definitiva decisión del Director General de Información.



Polilla y Garbanzo Negro son dos diablos, uno protestante y el otro católico. Polilla dice (y es lo tachado):



–El catolicismo está atrasado –respondió con un suspiro Polilla […]–. El catolicismo está atrasado –repitió.



Censor: “Dice: ‘El Catolicismo está atrasado’. Si se refiere a la falta de adaptación al mundo moderno y a rutinas en cosas subsidiarias y adjetivas, puede pasar. Por otra parte, el padre Welzeck, que lo dice, es un hereje”.



GTB: “Dialogan un diablo protestante y otro católico. El protestante dice que “el catolicismo está atrasado”. ¿Qué quería el censor que dijese un diablo protestante? Me parece una supresión ridícula.



DGI: “Vale el párrafo”.



El censor mismo advierte del contexto en el que se ha de entender el texto para darlo por válido, pero aún con esta salvedad, GTB se escuda en la realidad de la Iglesia, dividida entre católicos y protestantes. Quizá por ello el DGI acepta el párrafo.

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